El libro Longitud de la periodista científica Dava Sobel es recomendable desde todos los puntos de vista.
Reeditado en 2006, con un precio asequible, breve por sus 175 páginas, con una narración fluida y cautivadora, puede leerse en uno o dos días y reportarnos una rica y variada información de una forma amena.
Se nos transmite la inseguridad de los marineros del siglo XVII en los largos trayectos lejos de la costa, y los terribles naufragios a causa no ya de las condiciones del mar, sino del desconocimiento de la situación del barco, dada por la latitud, cuan al norte o al sur (en qué paralelo) se está, y la longitud, cuan al este u oeste (en qué meridiano).
Mientras determinar la latitud no conllevaba especial dificultad (la máxima altura del sol sobre el horizonte sirve de guía), establecer la longitud implicaba conocer el tiempo horario, porque la tierra gira en torno a su eje los 360º en unas 24 horas.
Ante el problema los gobiernos de la época buscan soluciones. Ya en 1598 Felipe III de España había anunciado una pensión vitalicia para el "descubridor de la longitud", y 20 años después sus asesores descartaron la propuesta de Galileo de usar las ocultaciones de los satélites de Júpiter para establecer la hora en un lugar de referencia.
La gravedad de la situación lleva en 1714 al gobierno inglés a ofrecer un premio de 20.000 libras al que pueda determinar la longitud con un error menor a medio grado, y premios de 15.000 o 10.000 libras si el error es inferior a tres cuartos o a un grado respectivamente. Se crea el Consejo de la Longitud para juzgar la concesión del premio.
Se nos narra alguna de las muchas soluciones fantasiosas o "parapsicológicas", pero sobre todo se nos ofrece la disputa entre las dos soluciones científicas que compiten entre sí: la del astrónomo y la del relojero.
Solución del relojero: tener un reloj a bordo que marque con precisión la hora local de un punto de referencia de longitud 0. La hora local del barco se puede establecer por fenómenos periódicos como la culminación del sol en su trayectoria diaria, que marca el mediodía. La diferencia de ambas horas determina la diferencia de longitudes. Cada hora de diferencia corresponde a 15º de longitud. Cuando son las 12h en Greenwich, 15º al este ya son las 13h, y 15º al oeste todavía son las 11h.
Solución del astrónomo: poder calcular con tanta precisión los movimientos de ciertos astros, que los mismos nos permitan saber el tiempo en un lugar de referencia. Por ejemplo, sabiendo que un día concreto cierta ocultación de un satélite joviano se da cuando en Greenwich son las 24h, si lo observamos ese día a las 23h (hora local) podremos deducir que estamos a 15º al oeste de Greenwich.
La solución astronómica podía llegar a funcionar en tierra firme, pero el mar suele moverse e impedir cualquier observación precisa. También en tierra ya se usaban relojes de cierta precisión, pero otra cosa era llevar esos mecanismos móviles a alta mar, y pedir que mantuviesen su precisión en tales condiciones y durante travesías prolongadas, en las que los pequeños errores de cada día se iban acumulando.
Una buena parte del libro nos describe los 40 años de esfuerzos de un relojero inglés único, John Harrison (24/3/1693-24/3/1776) , para crear un reloj digno del premio del Consejo de la Longitud y para ver reconocidos sus méritos.
En 1730 un desconocido John Harrison llega a Londrés buscando al Consejo de la Longitud, que nunca se ha reunido por carecer de proyectos de interés. Harrison se entrevista con uno de los miembros, el famoso astrónomo Edmon Halley, que le sugiere visitar a un reputado relojero, George Graham. Este queda impresionado con las ideas de Harrison, le anima y le da un generoso préstamo. Harrison pasa 5 años ensamblando su primer reloj marino, el H-1.
En 1735 Harrison entrega a Graham el H-1, y este lo presenta ante la prestigiosa Royal Society, con gran acogida. Se prepara un ensayo.
En 1736 la prueba se reduce a un viaje a Lisboa en el Centurion. A la vuelta a Inglaterra, tras un mes de travesía difícil, el capitán Wills cree encontrarse cerca de Dartmouth, pero Harrison, a bordo con su reloj, le convence de que están a casi 100 kilómetros al oeste de esa posición. En efecto es así, y el H-1 demuestra su utilidad. Pero el perfeccionismo de Harrison le pierde. Ante el Consejo de la Longitud, con miembros favorables, él es el más crítico, y solicita enmendar algunos defectos en el plazo de 2 años antes de la prueba oficial: el viaje a las Indias Occidentales.
Harrison creará sucesivos y mejorados relojes (H-2, H-3 y H-4) que le harán digno de recibir 8750 libras en junio de 1773, superando la resistencia de un miembro del Consejo que otorgaba el premio, y era parte interesada, el astrónomo Maskeline.
No se nos detallan las características técnicas de los relojes de Harrison, ni hay ilustraciones de los mismos, para ello debemos acudir a otros libros. Pero lo más importante es la plasmación del esfuerzo personal de Harrison, y de su hijo, de la ayuda y apoyo sincero de unos, de la cicatería de otros, en definitiva del aspecto humano y social de la empresa.
Y de su carácter práctico, pues el Consejo de la Longitud se preocupó no solo de probar que un reloj concreto pasaba la prueba, sino que podían fabricarse otros por diferentes relojeros de forma reproducible. Atiende este aspecto la autora, que también muestra la importancia del avance en las observaciones astronómicas y el destacado papel del Real Observatorio de Greenwich. Al final la competencia entre astrónomos y relojeros fue fructífera para todos, y en especial para Inglaterra, que dominó los mares, y dejó marcado para siempre Greenwich como la referencia en cuestión de meridianos.
Con todo esto, Longitud es un libro que plasma lo que tiene la Ciencia para volverse Técnica y ser útil a la Sociedad. Los gobiernos atienden a la solución de problemas reales estableciendo condiciones verificables para su solución, sometidas al escrutinio de un grupo de personas con conocimientos adecuados. En esencia, se busca una solución científica. Y la solución llega con la aportación de muchos durante mucho tiempo.
Toda esta magnífica historia de los muchos hombres implicados en dominar el tiempo para dominar los mares es la que narra con maestría Dava Sobel.