Una magnífica y calma noche estrellada con un agradable paseo de regreso a casa ha sido el colofón de una gratísima velada.
Aunque el tiempo discurre inexorable y no deja de marcar su paso sobre todos los aspectos que nos constituyen, y es así la vida, también es grato el reencuentro con antiguas amigas que mis amigos y yo conocimos hace casi 30 años.
Y es realmente prodigioso que tras tal intervalo, podamos cenar animádamente sin sentir en ningún momento el vértigo del qué decir a continuación, o de los silencios reveladores de la artificialidad de un encuentro.
En cambio todo ha discurrido con confianza, animación y risas.
Es agradable encontrar que aunque el tiempo nos cambia, también inexplicablemente preserva sustancias indefinibles que me hacen disfrutar del hecho de que aquellos jóvenes atípicos de otras épocas bien distintas a las actuales, son ahora personas estupendas y valiosas que adornan el mundo, como Orión el cielo.