martes, 10 de noviembre de 2009

Ágora

Una de las virtudes del cine es que nos enseña de una forma especialmente evidente el abismo entre una pretendida realidad de "la cosa" en sí, y la aprehensión personal de "la cosa". En el caso del cine "la cosa" es una película. No es raro que tras ver una misma película, a la vez, en butacas contiguas, un grupo de amigos al salir del cine expresen opiniones tan dispares que alguien pueda pensar que han acudido a distintas salas de proyección.

Y en efecto, así es, esa misma pantalla blanca ha estado proyectando sus claros y oscuros a través de nuestros ojos en nuestra personal sala, de modo que esas formas y sonidos dan lugar a reacciones tan idiosincrásicas (ah, como dejar pasar la oportunidad de emplear la palabrita) que bien se explica la disparidad de opiniones.

El caso es que el Ágora que se proyectó el otro día en mi cabeza es de las películas que más me han gustado últimamente, entre otras cosas por el sostenido pulso narrativo de lo que sustancialmente se cuenta, la dinámica de partículas -humanas- sometidas a la acción de una fuerza, el fanatismo. Aquí el fanatismo es religioso, y la religión es la cristiana.

Este detalle es un tanto irrelevante, pues cualquier religión está sometida a la fragilidad del fanatismo desde el momento en que se recurre a la invocación de elementos absolutos, irrebatibles y definitivos: Dios, "su" palabra expresada en las escrituras, y los abnegados adalides que saben interpretarlas infaliblemente y hacerlas cumplir inexorablemente. Entonces el Demonio del Ego humano se da un festín disfrazado con el ropaje de la rectitud.

El caso es que desde el principio, con el enfrentamiento entre los paganos y los cristianos, iniciado por cierto por los paganos, se mantiene la tensión de esa dinámica imparable que irá llegando a los judíos, a los propios cristianos y a la protagonista, Hipatia.

Las escenas espectaculares, de movimiento de masas, están muy logradas, pero más interesantes son las evoluciones personales de los distintos personajes del entorno de Hipatia, sometidas al auge del fundamentalismo y a la búsqueda de conservar el propio pellejo. Las fuerzas doctrinales de la sociedad pueden con la libertad personal, que en efecto es mucho más reducida de lo estamos dispuestos a admitir. Al final, nos arrodillamos.

Y como trasfondo de la historia está esa Escuela que enseña conocimientos que pueden ser puestos en cuestión sin miedo a levantar la cólera de la naturaleza. La protagonista plasma el ansia de conocer, la indagación, el cuestionamiento, y la hermandad del conocimiento.

¿Y es fiel la película a lo que pudo haber sabido Hipatia? Sobre la verosimilitud científica, primero hay que saber que al leer una novela histórica o al ver una película de época, se está ante obras de ficción, y no ante estudios historiográficos.

Pero en este caso hay que agradecer ciertos detalles. En una escena de la película Hipatia lleva a cabo, a bordo de un barco que marcha a toda vela, el experimento de dejar caer un saco desde lo alto del mástil, viendo que cae al pie del mástil. Vaya, el principio de relatividad de Galileo, como si hubiese escuchado a Simplicio y a Salviati en el "Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano", que Galileo Galilei publicó en 1630. Licencia que podemos conceder, que es un película. Al final de la cual, la noche antes de su muerte, Hipatia "descubre", junto a su sirviente como único testigo, que los planetas pudieran seguir órbitas elípticas. Bueno, ¿demasiada licencia? La película acaba con unos títulos que hacen perdonar cualquier exceso cometido, y honran al realizador. Se deja claro que no queda obra original alguna de la tal Hipatia, y que al movimiento elíptico de los planetas se llegó con Kepler, muchos, muchos, muchos años después de Hipatia.

En la película hay momentos de violencia y agitación, en el ágora, en Alejandría. Y en unas pocas ocasiones la cámara se eleva sobre la faz de la Tierra, mientras los gritos y el tumulto va apagándose sin extinguirse del todo, y se contempla, brevemente, el ilimitado Cielo estrellado ...

Lo cual me devuelve a constatar los millones de Ágoras que habrá a estas alturas, cuando en una opinión encontrada en la web, tan significativa como la mía propia, leo que "la historia se narra de forma desordenada, compaginando sin ton ni son planos de la tierra tomados desde un satélite con la propia vida cotidiana en Alejandría para volver sin motivo alguno a dar planos del espacio sideral".

Partículas, de polvo, de estrellas. Tan iguales. Tan diversas.