Ya hubo una entrada "animal" aquí, y ayer saltó otra "Un grupo de jóvenes mata una burra a patadas y puñetazos y la cuelga de una soga".
El mundo y los medios están llenos de noticias terribles, de trágicos hechos. No será ese acto violento contra un animal lo peor que haya ocurrido, pero ilustra estremecedoramente lo peor que alberga el ser humano, la infamia individual y colectiva, la indignidad atroz.
A veces una noticia nos golpea especialmente, a pesar del blindaje imprescindible que se necesita para sobrevivir al sesgo informativo de "todo lo malo es noticia". Entonces lo peor ajeno suscita nuestras respuestas impulsivas cargadas de lo peor propio. De modo que en los comentarios de algunos internautas a la noticia, se reflejan insultos hacia los autores de la salvajada y no muy buenos deseos, como fiel reflejo del tumulto visceral que yo mismo sufrí.
Cuando el tumulto, más bien cargado de ira, pasa, llega la pena desolada por la abyección humana, particularizada y explicitada en esos jovenes sin rostro.
Tras cierto reposo, la más dura pena que cabe desear para los culpables es que les penetre sin remedio la conciencia clara de la vileza cometida, una cadena perpetua de vergüenza interior, y un perpetuo empeño de emplear el resto de su vida en beneficio de toda forma de vida sobre el planeta Tierra.