Hablando de posos amargos que dejan novelas o películas, por no hablar de las noticias de cada día, hay dos películas que en su día me gustaron, pero de las que uno no sale precisamente dando palmas y con una sonrisa amplia en el rostro. Una es El jardinero fiel, la otra El señor de la Guerra. En ambas la víctima principal es África, los africanos, y es difícil extrañarse de que existan pateras o cayucos o cualquier medio de salir de allí, a cualquier precio.
En el caso de la segunda, el final es especialmente bueno, pues si el contrabandista de armas pierde su vida personal, el justiciero policía de la bienintencionada agencia internacional que al final consigue atrapar al malo, se queda burlado por la cruda realidad de que el malo trabaja para los Buenos, y siempre trabajará.
Otra característica especialmente valiosa de esta segunda película es su escena de arranque, para las antologías educativas, mostrando en primera cosa el nacimiento, el desarrollo y el desenlace de la vida de una bala, que acaba ... volando en África hacia una negra cabeza humana.