Resulta bastante espectacular, con gran despliegue de medios, sin escatimar la sangre de las cruentas batallas, pero con algún remanso donde mostrar el refinamiento chino.
Antes de desencadenarse las hostilidades, asistimos a una sesión de entrenamiento de los bien formados soldados del general Zhou, el principal héroe de la historia. A sus indicaciones realizadas con leves movimientos, la tropa ejecuta una u otra formación de combate. Suena de pronto una melodía, que con su flauta interpreta un niño. Las tropas detienen su entrenamiento, el general abandona su puesto de mando, llega al lugar del pequeño flautista, que detiene su interpretación. El general pide la flauta al interprete, un cuchillo al abuelo que le acompaña, hay un momento de incertidumbre y temor, pero enseguida el general retoca levemente con la punta del cuchillo dos de los orificios de la flauta, se la devuelve, y prosigue la pieza musical escuchada con recogimiento por general y soldados. En otra secuencia el general Zhou y el estratega del bando aliado interpretan un dueto con un instrumento de cuerda. Y la bella esposa de Zhou empleará su esmerado arte del té para decantar el devenir de la batalla final.
Toda esta suerte de detalles es más interesante que las escenas bélicas, pero sí queda muy bien plasmada la importancia primordial de la estrategia y el empleo de la inteligencia, con espía incluida, y de las malas artes, para el desarrollo de la contienda.
Y además están los magníficos escenarios naturales, y la oportunidad de releer a Su Dongpo, Recordando el pasado en el Acantilado Rojo y otros poemas, Hiperión, con edición y traducción de Anne-Hélène Suárez.
Recordando el pasado en el Acantilado Rojo
El Gran Río fluye hacia el Oriente
Arrastrando en sus olas a gentiles hombres de la antigüedad
Antaño, dicen, al Este del muro
Se encontraba el Acantilado Rojo del General Zhou, de los Tres Reinos
Caóticos picachos hieren el cielo
Inquietas oleadas hienden los ribazos
Arrollando en el vacío restallantes remolinos de nieve
Por estas montañas y ríos, como pintados por un maestro
En otro tiempo vivieron incontables héroes
Se aleja mi pensamiento hasta aquel año, el General Zhou
Acababa de tomar a la joven Quiao por esposa
Imponente y apuesto
Con abanico de plumas y gorro de seda negra
Entre charlas y risas
Reducía al gigantesco enemigo a cenizas y humo
Si sus almas viajeras aquí estuvieran
Su amable amiga de mí se reiría
Por ser nacido hace poco y ya barbicano
En el mundo de los hombres, la vida es como un sueño
Ofrendo mi vino a la luna del río